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junio 24, 2025

En un rincón del Ecuador andino, entre montañas y ferias de jueves, vive una mujer cuya historia ha tejido generaciones enteras. Su nombre es Hilda Álvarez Brito, y aunque hoy tiene 85 años, sigue trabajando con la misma pasión de siempre. Su vida es un ejemplo de amor, servicio, sacrificio y memoria viva del pueblo guamoteño.

Una vida en la escuela y para la escuela

Por 37 años, la señora Hilda fue portera de la escuela Laura Carbo de Ayora, una institución que ella cuidó y la convirtió en su hogar. “Yo crié a esas niñas como una madre”, relata con voz firme, pero emocionada. Aún guarda las fotos de aquellas profesoras “antiguas”, y se enorgullece de ver a sus exalumnas convertidas en madres y profesionales.

No solo abría y cerraba las puertas de la escuela: también ofrecía café a los estudiantes que venían del campo, curaba sus heridas, y hasta organizaba juegos de box con guantes que ella misma compraba. Era madre, enfermera, animadora y defensora. “Me tocó un mal director al final”, dice entre risas, debido a que no pudo jubilarse.

Del tren a las ventas: una infancia en movimiento

Antes de ser la madre de generaciones en la escuela, Hilda ayudaba a su madre a vender en el tren. «Nos metíamos debajo de los bancos a escondidas, éramos un grupo de chivas», recuerda. El tren era vida: llevaba productos a la costa, traía historias, y permitía a muchas mujeres emprendedoras como ella ganarse el sustento diario.

Hoy, le duele ver solo los rieles vacíos, testigos mudos de una época que se fue. “Daba plata el tren. Nos ayudó a todos”, dice con nostalgia.

Una historia de amor, tradición y fortaleza

Su historia de amor también refleja la cultura de una época: su madre escogió a su esposo, a quien ella ni siquiera conocía al inicio. “Le dije que no me toque, ni sabía quién era”, recuerda entre carcajadas. Contra todo pronóstico, tuvo un matrimonio de 66 años. “Me tocó un buen marido, pero no me querían sus cuñados por vendedora”, dice.

Juntos criaron a sus hijos con el mismo carácter firme que ella heredó de su madre. “Antes nos cuidaban, sabían cuánto nos demorábamos en una compra. Ahora los jóvenes andan sin control”.

El orgullo de ser guamoteña

A pesar de su edad, la señora Hilda sigue vendiendo desayunos todos los jueves. “Mis hijos me dicen que ya descanse, pero yo digo: nadie me impide trabajar”. Su fortaleza es admirable. Ha viajado a Estados Unidos, ha vivido la transformación de su pueblo, y sigue firme en su identidad. “Guamote es mi corazón. Aunque me lleven, aquí tienen que enterrarme”.

No pide mucho: solo un reconocimiento, un pequeño puesto en la feria, y que las autoridades rescaten espacios históricos como el pogio donde la gente se bañaba con agua caliente. “Esa agua era medicinal”, recuerda.

Una voz para la juventud

La señora Hilda no guarda sus opiniones. Habla de la necesidad de guiar a los jóvenes, de rescatar los valores, de no “darles la mano suelta”. Aconseja a las mujeres a ser fieles, a valorar el matrimonio y la familia. “Antes uno se casaba hasta la muerte. Ahora todo se acaba en un rato”, dice con preocupación.

Conclusión: una historia que merece ser contada

Hilda Álvarez no es solo una mujer trabajadora. Es una cronista oral, una matriarca, una heroína anónima. En cada palabra que pronuncia hay sabiduría, experiencia y una profunda conexión con su comunidad.

Mamá Hilda Álvarez

Mama Hilda warmika, 85 watakunata charin, payka llanchashka 37 watakutana Laura Carbo de Ayora Wasipi, ashtahuanka, mana jubilación nishkata hapirka. kay sumak warmika, mana kunkarishkachu, ima shina ñawpa tiempo karka, ima shina sawarirkakuna, ima shina mama yayata bendicionta mañashpa wasikunamanta shukshina, chay tukuy chinkarishka nirka, kay sumak parlanakuypi.

Autor/a

KARINA MARCATOMA

PERIODISTA
"Willanchikmi imashinatak ñukanchik runa kawsay kashka; imashinatak kawsakunchikpash"

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